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Martes 16 de Abril de 2024   











Viejos y nuevos vampiros
6/9/2016 Nacional

 
El gran director italiano Marco Bellocchio, uno de los últimos grandes creadores vivos surgidos en los años posteriores al neorrealismo, en los reportajes y en su propia obra no deja de declarar sin vueltas su ateísmo. Nació en 1939 en la región de Emilia-Romagna, en un pequeño pueblito medieval llamado Bobbio, que una y otra vez aparece en sus películas. Allí estudió en colegios religiosos y como pasa muchas veces, seguramente en esa experiencia se fue gestando su por momentos furioso anticlericalismo. Muy joven marchó a Londres a estudiar cine y al volver a Italia filmó varios documentales cortos y medios, hasta que realizó, teniendo 26 años, su primer largo de ficción: “I pugni in tasca” (1965). Tres años después causó sensación y ganó muchos premios con “La cina é vicina” y a partir de allí no paró. Lleva ya hechos unos 40 largometrajes casi todos de ficción y algunos documentales. Se estrenaron por aquí unas veinte de sus películas, algunas con mucho éxito de público como “El diablo en el cuerpo” de 1986.

En los últimos años tuvieron bastante repercusión por estos lares dos de sus films: “Vincere” (2009) y Bella Addormentata” de 2012 y este año llegó a nuestro país “Sangre de mi sangre” filmada el año pasado. El maduro Bellocchio sigue firme en sus trece y recrea ahora una historia casi clásica sobre el peso agobiante y opresivo de la religión católica en la primera parte del film situado en el Siglo XVII. En un convento una novicia acusada de haber llevado al pecado y al suicidio a un sacerdote, permanece colgada y emparedada con la cabeza para abajo remedando un fruto podrido. Bellocchio, nunca convencional, no se centra en mostrar el calvario de la joven sino avanza en el detalle de los usos y costumbres de la época, discute con ímpetu varias cosmovisiones sin caer nunca en la diatriba fácil y descorre los velos de las hipocresías de un orden brutal que sofoca toda revuelta. Termina centrando su mirada en el deseo que se consagra como el mejor enemigo de la religión católica y a la vez como su mejor antídoto.

Sin dar respiro, la segunda parte vuelve al convento en los tiempos actuales con un tono farsesco, lúdico y casi de comedia de enredos con millonarios rusos, vampiros, mafiosos de todo pelaje, todas criaturas que carecen de valores y viven al día tratando de sobrevivir con lo que se pueda, exudando una decadencia y una imbecilidad profunda. Bellocchio lo ha dicho muchas veces: este es un mundo en extinción, degradado hasta el hueso, lleno de mentiras, imposturas y falsedades.

El gran autor italiano, en este bello y sugerente film, no añora el pasado, sigue tan rebelde como siempre y tampoco idealiza el presente, al contrario. Sus películas son siempre inconformistas, parecen seguir reinventándose una tras otra, ajeno a cualquier moda y a la cristalización académica de un único estilo. Se entrega sin temores ni explicaciones a contar historias, dispuesto a que la belleza surja libre, sorpresiva y sin pedir permisos a nada ni a nadie.

Alberto Poggi


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