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Desde los primeros números de Prensa Libre, allá por el año 1987, Munro estuvo presente en las páginas del periódico; no sólo a través de innumerables notas que se publicaban en cada edición, sino también con suplementos especiales, tanto referidos a fechas de nacimientos y homenajes, como también porque la pluma de la gente de Munro siempre estuvo presente a través de crónicas, poesías, cuentos, recuerdos y notas periodísticas de toda clase.
Así se fue haciendo el recuento de la vida y de la gente de una localidad que supo tener –y que tiene por supuesto- su historia y sus personajes, que recuerdan su vida, sus características, su cultura y los cambios que se fueron produciendo a través de estos más de 30 años de periodismo en Prensa Libre y de los más de cien de historia de la localidad de Vicente López. Por supuesto, con sus modos peculiares, sus pro y sus contra y, por sobre todo, con la gente que le dio una vida especial a toda una región que, dentro de la Zona Norte (ahora también denominada Región Metropolitana Norte); y que para los memoriosos fue cuna del cinematógrafo, y por qué no, de las artes, del tango y de la cultura de Buenos Aires, en el sentido más amplio del nombre.
Más allá de estas primeras divagaciones memoriosas, para los más jóvenes el recuerdo de sus mayores suele provocarles curiosidad; en los grandes, nostalgias. Y tanto una como la otra no son malas en justa medida (¡sin propasarse chicos!). Y porqué no traer entonces algunos simples recuerdos, como para que los nuevos lectores no olviden orígenes, y que todos memoremos a quienes con sus plumas (no de vedetes por supuesto), hicieron posible cierta continuidad en la información y en la cultura. Algo que tiene, aunque más no sea, la facultad de fijar no solo los recuerdos, sino también comportamientos, aficiones, deseos… y esas cosas gratas de la vida que alivianan un presente más duro o ciertas imposibilidades que le ocurren a los que ya han vivido mucho.
Un puntal de aquellas páginas de Munro fue la querida Helena de Peñaloza (Mimí), una especie de guía espiritual y cultural para muchos de los que eran del barrio, o de un poco más allá. Sus notas, su “Rincón de Munro”… ya famoso en aquel 1992, cuando celebrábamos el 80 aniversario del barrio, cuando todavía ‘Arnaldo’ era ‘Sorrento’… dejaron una huella, una viviencia.
Y Helena (Mimí), era generosa en sus recuerdos, que hacían eje en personajes y cosas del barrio. Supo ver a un poeta llegado a los doce años de un exilio provocado por la guerra: Alejandro Cifra, que en Munro, tras la amargura de aquellas luchas decía: “Recuerdo el árbol / bajo mi ventana / la patria / de mis primeros pasos”. Acá, cuenta Mimí, le hablaba al niño: (…) “Sabías tu, que la lluvia es el río del cielo / y que todas las grutas son castillos del mar / que las olas son danzas esclavas de la luna / y la playa el reguero de la arena y la sal?” (…)
Pero que aquí mismo no pudo evitar encontrarse con soldados, a los que alude en su “Soldado de Malvinas”: “precoz para tanto heroísmo / maduro para tus años (…) Hoy no pensaba llorar / pero tu foto en el diario…”
En aquel 1992 Helena recordaba a otras dos poetas y escritoras del Barrio.
Matilde López Camelo, que alguna vez escribió “Su propia luz”:
“Ella sabía que alguien vivía en la casona de enfrente. Las ventanas permanecían cerradas y nunca luz alguna se había filtrado a través de ellas.
“A pesar del silencio y la oscuridad que allí reinaba, intuía una presencia, es más, sentía que la suya no pasaba inadvertida para el habitante misterioso (…)
“No se animaba a cruzar y llamar a la puerta con la manito de bronce, antigua como la casa toda.
“Una noche la casa estalló en luces y una silueta se perfiló en uno de los ventanales. Entonces, haciendo caso omiso al frío y a lo avanzado de la hora: corrió, cruzó las barreras, la mano de bronce resonó en toda la calle.
“El eco cantó en las ramas de los árboles y los pájaros se acurrucaron aún más.
“Se abrió la puerta. Él la estaba esperando. En instantes más, las luces se apagaron y desde aquella noche, fueron dos las casas cerradas y sin luz.”
Otra escritora de Munro, también es recordada por Mimí, se trata de Susana Fischer, con su cuento breve: “Sin Testigos”:
“Desde hace un rato ocupo un lugar en el salón de estar del ferrocarril. Estoy tejiendo, un punto arriba un punto abajo.
“Entra un hombre anciano, delgado, de estatura mediana y con sus ojillos gastados pero aún vivaces, me mira; e detengo, sacude la cabeza y sonríe. Sigo tejiendo, sin importarme su presencia, es más, creo que hasta me resulta simpático.
“Él realiza su tarea, refunfuñando entre dientes. Sigo tejiendo, un punto arriba, un punto abajo.
“Intempestivamente el miedo me contrae, el hombrecillo aquél, armado con su escobillón, arremete contra mí, quiero correr, mi propio tejido me ha enredado. Siento que a pesar de las súplicas está dispuesto a todo; consigo desprenderme y sin pensarlo un segundo, me abalanzo sobre él, llego a su cuello y poco a poco, voy debilitando sus fuerzas; cae como su escobillón, grotescamente,
“Camino apresurada. Sigo tejiendo”.
Otro de los puntos fuertes de aquellos suplementos, otro amigo: Juan Disante, homenajeaba a la cultura de Munro desarrollando su propia cultura.
Dentro de sus recordados (¡que eran tantos!) estaba Fito Casinelli. Y cuenta Juan:
“En realidad, los hechos más insólitos de la República de Munro ocurrieron durante la extraña década del 60. Por allá, todos querían imitarnos, pero nadie podía.
“En esa época Fito me llevaba cerca de veinte años y no fue mi padre por un error del destino fallero me decía: -Mirá pibe, esto es un semillero de genios; acá están los que van a dirigir la batuta… El futuro de la humanidad es la justicia-.
“Y estornudaba. Cada vez que se ponía profundo, Fito estornudaba y estornudaba sin parar. Pero tengo que reconocer que tenía razón, acá en el barrio estaban todos los genios juntos. ¡Y vaya a saber cuánto le había costado a la historia del suburbio pobre crear semejantes aparatos! Cada vez que se juntaban en el boliche “El 31” de Vélez Sársfield y Tejedor, la gastaban. No había teoría que se resistiera.”
Y Juan puede seguir contando e imaginando: “Mejor buscar el encuentro con Fito que te va a estar esperando todavía en la esquina del boliche para invitarte un café (…) Mejor comprar esos bizcochitos con grasa que solo se hacen e Armenia la fondo e irse a la casa de Mimí a matear y a hablar de ese endiablado vicio de armar palabras que nunca terminamos de agarrar por la cola…”
(…) “Nos abrazamos muy fuerte con Fito. Y Munro cerrará su mágica panorámica sobre nosotros, quedando todo abierto para los que quieran volver a empezar”.
También escribió Enrique Contou Carrere, escritor y poeta, que fue director de radio Belgrano y guionista de conocidas figuras. Él escribió sobre Erique Susini que por los treinta dirigía a un novel Luis Sandrini. O sobre el tranvía a caballo que no faltaba sobre las calles de la ciudad, y de la fundación de los Estudios Lumiton, en 1932 por el propio Sussini, Romero Carranza y Guerrico, luego de una visita a Hollywood.
Pero ¡hay tanto! (pero poco espacio y tiempo), como el Concurso de Poesía organizado por la Asociación Amigos de Munro, la Escuela 19 y la subsecretaría de Cultura, en aquel 1992.
Y hay tantos nombres y lugares que recuerdan Juan, Mimí, Fito, Saettone, Poggi, Marzano, Uzal, Querido, Parodi… y cuántos otros.
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