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“Encuentro por la memoria”, tal vez sea el nombre más apropiado para una de las mayores movilizaciones de la historia argentina.
Fueron tantas e incontables las personas que llegaban a la Plaza de Mayo en Buenos Aires desde temprano, y luego se retiraban para permitir que otros grupos encolumnados tras de banderas de toda clase y color; o sueltos y caminando lentamente, como quien pasea por las calles de la ciudad en un día feriado, con chicos en brazos o de las manos, pero con la convicción de estar viviendo un día especial, un día en el que todos se sentían hermanados por el repudio a la más sangrienta y feroz dictadura de la historia, que se atrevió a secuestrar, torturar y matar a miles y miles de personas, y que llegó al extremo de cambiar la identidad de bebés que eran arrebatados a sus madres antes de asesinarlas.
Pero la multitud, que entraba y salía de los alrededores de la plaza para permitir la llegada de nuevos contingentes, compuestos por personas que, pacientemente, esperaban tener un hueco para acercarse. Como aquellas decenas de miles que aún a las 17.30 esperaban, llenando la 9 de Julio para poder acercarse por la Avenida de Mayo a la simbólica plaza.
Pero no fue solamente ese medio millón largo, que algunos estimaron en ochocientos mil, los que se movilizaron ese día. En todo el país, en todas las plazas, decenas de miles se encontraban marchando, caminando, deteniéndose y saludando la vigencia de una democracia que, algunos funcionarios se dieron el lujo de despreciar, calculando si los torturados eran más o menos, si los ahogados en el riachuelo estaban bien contabilizados, o si los vejámenes mataban de un paro cardíaco o de un desangramiento.
Esos cálculos miserables, por suerte, lo único que lograron fue dejar en claro sus convicciones políticas, que pasan más que nada por conservar privilegios a costa de lo que sea, justificando el autoritarismo y la muerte, esperando el turno de brindar su homenaje sentido a los máximos genocidas, émulos de los nazis de las cámaras de gas.
Representan, tal vez, a esos civiles que permitieron, convocaron, impulsaron, y sostuvieron a los uniformados, muchos impunes todavía, y que más que cómplices de delitos parecen instigadores, tanto o más responsables que los ejecutores con sangre en las manos.
El viernes quedó claro cuál es el sentimiento de las mayorías, aunque no significa que las minorías de siempre desistan de su paciente trabajo de mentir, engañar o aturdir a la población con todos los medios de que disponen. Ahora, el esfuerzo de todos los presentes en la jornada del 24 será, más que nada, el de impedir que las fuerzas del mal consigan su objetivo.
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