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Viernes 19 de Abril de 2024   











¿La falta de una Teoría Revolucionaria es uno de los males del pueblo trabajador argentino?
29/10/2018 Nacional

 
¿La falta de una Teoría Revolucionaria es uno de los males del pueblo trabajador argentino?

Tenemos una fórmula chingada de Sarmiento en el “Facundo”. Allí dijo: “el mal de la Argentina es la extensión”. Sabemos que las grandes dimensiones de nuestro País cargan con ciertos problemas, pero esos no son problemas económicos-sociales. Sería lo mismo decir “el viento de la Patagonia es un problema”. Lo cierto es que el incipiente capitalismo desde 1860 necesitaba manos de obra en cantidad. Eso fue aprendido en sus viajes a Norteamérica y de allí salió la perspectiva de facilitar el recibimiento de inmigrantes europeos, y al mismo tiempo eliminar gauchos e indios “vagos y mal entretenidos”. Por lo contrario, en esas épocas los serios problemas argentinos, comenzaban a vislumbrarse con la presencia del imperialismo apropiador, la creciente gran propiedad sobre las tierras, y fundamentalmente, la falta de una clase dirigente que pudiera suplir con impulso verdadero la semi-derrota de las provincias a manos de las fuerzas oligárquicas y principalmente contra el caudillismo levantado en armas.

El resultado fue el creciente dominio de la ciudad-puerto de Buenos Aires sobre el federalismo interior de cada región. Allí aparecen las dos grandes visiones del País que se quiere, por una lado una Buenos Aires que da la espalda al interior y vive a sus expensas, y por el otro, la ciudad que debería haber sido la que unificara todo el País. A fines del siglo XIX se materializan las dos distintas miradas de las dos Argentinas. La verdadera histórica quebradura social.

En 1880 se configura la “Edad de Oro” de gran optimismo de sólo una única clase social, la burguesía, los que están del lado del crecimiento del ganado y las mieses, las inversiones imperiales, las apropiaciones indebidas y, conjuntamente con todo el proyecto económico, la aparición de muchos intelectuales y políticos que daban base ideológica a esa corriente liberal conservadora. En efecto, numerosos pensadores doctos e instruidos surgen al amparo de un claro avance del capitalismo mundial y van configurando una verdadera doctrina liberal, con rasgos entre teorías y dogmas, que tienen su inspiración principal en las tesis filosóficas europeas y enunciados jurídicos del derecho norteamericano.

Desde 1870 hasta 1920 fue imposible esperar un cambio de rumbo en la política argentina. Se va configurando lentamente la aparición del obrero moderno en la industria. Recién con el alza de masas anterior a la primera guerra y la llegada de inmigrantes generalmente portadores de concepciones anarquistas y comunistas, pudo esperarse un punto de partida para un nuevo ciclo. En su futuro, el Yrigoyenismo y el Peronismo, acompañados por el fin del fraude electoral y un nuevo contrato con los sindicatos, es lo que abría la posibilidad de la resolución de encrucijadas y la salida de callejones sin salida para la clase trabajadora.

Mientras tanto, la dirigencia política conocida era temerosa de las ideas radicales de izquierda. Y por parte del Pueblo, existía una carencia de doctrinas revolucionarias que permitieran el rearme ideológico, hasta más avanzada la lucha de clases. Lenin ya instalaba un mojón histórico: “Sin teoría revolucionaria, no hay movimiento revolucionario”.

Tal vez, habría que volver a revisar el malogro de las ideas de Belgrano, Moreno, Echeverría, Brown, Castelli, Dorrego, etc. y reconocer la labor práctica realizada por el caudillaje del interior, a pesar que todos los caudillos se apoyaban en realidades concretas y evidentes y, en general carecían de teorías que fortalecieran sus acciones y sirvieran de formación a sus combativos seguidores. El puro combate pragmático, iluminado por la situación de los desposeídos, fue su brújula. Pero la omnipotencia capitalista seguía en avance.

El crecimiento doctrinario y teórico, tal vez marginal, hace su expansión en la década del 40, era una ocasión que parecía estar cercana a la posibilidad de un cambio de rumbo para un nuevo ciclo. El imperialismo estaba ocupado en el “Plan Marshal” de recuperación de Europa y en todo Latinoamérica surgían dirigentes que intentaban hacer valer esa oportunidad. Pero en general, la encrucijada fue mal resuelta. Nuevamente, la carencia de una perspectiva unificadora de toda la gran región tras una programación ordenadora que debía ser Sanmartiniana y Bolivariana en su esencia.

Valorando lo dicho, Perón vislumbró la importancia de fijar una Doctrina y un Plan Quinquenal, dos formulaciones desde el Estado que apuntaban a proyectar una concepción de ideas, pero que no llegaban a constituir una Teoría que hiciera carne profunda en la ideología del pueblo. Todos los beneficios que existen para las masas no son “regalos” demagógicos de un gobierno, sino que deben de ser vistos como conquistas históricas de sus luchas. El propio “Che” rechazaba los alicientes materiales como desventajosos. En un ir y venir del colectivo al dirigente, se resuelve una intensa activación de la conciencia que termina siendo la base de la justicia social.

Quienes en Argentina abren un cauce para la constitución de una teoría revolucionaria no son precisamente los dirigentes reconocidos de los partidos políticos, sino pensadores aislados, que a su hora, no fueron demasiado tenidos en cuenta por el conjunto de la sociedad civil. Podemos nombrar a algunos: Hernández Arregui, A. Jauretche, Scalabrini Ortiz, miembros del grupo cordobés “Pasado y Presente”, R. Puigross y muchos marxistas, izquierdistas y nacionalistas populares de convicciones antiimperialistas y anticapitalistas.

El problema del gobierno en 1951, era cómo seguir cuando los recursos con que había contado en los primeros años estaban acorralados por la influencia del imperialismo yanqui y el papel de la clase media que comenzaba a despegarse del proceso nacional.

Hoy estamos ante la situación que, desde los intereses populares, se viene arrastrando desde siempre. Crudamente: ¿Se necesita una teoría revolucionaria que se manifieste en un programa estratégico? O ¿Es necesario sostener la tradicional característica de caudillos en las decisiones?
La respuesta que me surge inmediata es que ninguna de las dos en exclusividad es apropiada.

¿Es posible pasar de una política en que las fuerzas se organicen en torno a caudillos, a una política en que las fuerzas se organicen en torno a ideas? En el período peronista se insistió en fundar una doctrina que intentó tener visos de teoría, aunque su insuficiencia fue la traba. Otra cosa es la doctrina.

Jauretche quería sacar al peronismo de su estado personalista, porque elevaba como crítica que “La tradición hispanoamericana es de caudillos. Una tradición que no debería corresponder a nuestros países”. Güemes, Artigas, Facundo, E. López, Irigoyen, Perón, Videla, Kirchner, Macri están marcados por el caudillismo, como así Lenin, Ho Chi Ming o Castro. Esa es la verdadera realidad. ¿Esto es producto de la carencia, como contrapartida del equilibrio de una Teoría?

¿No cumple una función retrógrada el rechazo o impugnación de los intelectuales del campo de las organizaciones políticas populares?

Se hace necesaria tanto una teoría, como dirigentes políticos (o jefaturas) que respondan a ella. Destacando que desde la antigua Roma, la mayor parte de los conductores políticos, apoyados o no por las masas, fueron caudillos de distintas clases sociales.

Tenemos un problema de representatividad de la llamada clase dirigente y se ha abandonado el campo de ideas acerca de cómo salir de esto. En tanto que proyecto no significa Teoría, surge el trance que Política y Teoría marcharán disociadas, es decir, Organización Política e Ideología caminando separadas.
Faltas y carencias del pueblo trabajador que se convierten en pesares y estrago.

Juan Disante - 27/10/18


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