Señor Director:

¿Es que nadie se interesa por los árboles? Aclaro, nadie de quienes tienen poder para frenar esta verdadera masacre. Recorriendo las queridas calles de nuestra zona veo con penosa sorpresa inmensas parvas de ramas ya brotadas, tronchadas sin piedad por quienes creen estar haciendo lo correcto.

El esfuerzo del árbol para renacer en cada primavera, la savia fecunda que empieza a circular por troncos y ramas se pierden, y quedan como prueba lastimosa y antiestética los muñones del árbol, apuntando al cielo, acusadores, mientras las hojitas “verde nuevo” se degradan lentamente en las esquinas.

No soy experta en botánica, pero que sé que septiembre no es momento ya de poda y que este disparate se pagará en pleno verano, cuando se busque afanosamente algo de sombra y los pobres árboles estén recién tratando de superar el daño.

San Isidro fue famoso por sus residencias hoy desaparecidas (pero esta es otra historia) y por sus calles arboladas. La historia de la zona abunda en ejemplos de veneración al árbol como un preciado bien, desde aquel casi legendario intendente al que se lo llamó “el plantador de árboles”, el ingeniero Orlando Williams, al que le debemos la belleza de las tipas de la Av. del Libertador y Eduardo Costa y cuyo busto solitario se alza en la plazoleta del Ombú en Acassuso. ¿También acabarán matando los árboles? Aún se nos debe una explicación por el asesinato del histórico Ombú en la Plaza Yrigoyen, a manos de los desaprensivos empleados de T.B.A. al que ningún resarcimiento nos podrá devolver.

Frente a mi departamento hay dos tilos enormes. Jamás fueron podados, solo algún raleo ocasional y necesario y nos dan en verano el placer de su sombra. Los tilos agradecen así el respeto que reciben.